Le dijo el maestro al discípulo: – La vida es ilusión. Déjalo todo y vente conmigo.
– Maestro, tengo una familia que me quiere. ¿Cómo voy a hacerles daño marchándome?
– No hay duda de que crees lo que dices pero es sólo una ilusión de tu ego y te lo puedo demostrar.

Y le dio una pastilla que debería tomar al llegar a casa y le haría parecer como muerto pero conservando la consciencia, con la promesa de que él iría a visitarle y le sacaría de ese estado.

El discípulo llegó a casa, se tumbó en la cama y se tomó la pastilla. Al rato llegó su esposa y al ver que no daba señales de vida empezó a llorar. Pronto llegaron sus padres y hermanos.Entonces llamaron a la puerta y era el Maestro preguntando por él. Le dijeron los familiares que había muerto y el prometió devolverle la vida. Se acercó al joven, lo examinó y dijo: – Efectivamente, todavía estamos a tiempo de salvarlo.

Sacó una botella de su bolsillo y vertió un poco del líquido en la boca del joven y dijo: – Dentro de poco comenzará a hacer efecto la pócima y sólo faltará que alguno de ustedes se beba el resto que queda en la botella. El que lo haga morirá pero habrá conseguido resucitar al joven.

Los familiares se miraron estupefactos unos a otros en silencio. Poco a poco empezaron a hablar: – Yo soy su padre, pero trabajo duramente todo el día para poder alimentar a mi esposa y sus hermanos pequeños. No puedo faltar.
– Yo soy su madre, pero debo cuidar de mis hijos pequeños. No puedo faltar.
– Yo soy su esposa, soy todavía muy joven y además he de cuidar de su hijo. No puedo faltar.

Siguieron sus hermanos y sus hijos, todos con alguna justificación para no hacerlo. Para entonces ya había hecho su efecto totalmente el antídoto y el joven, que había oído todo lo que había pasado, ante el asombro de todos, se levantó de la cama y dijo: – Maestro, tenía toda la razón. Todo era una ilusión. Me marcho con usted.