[…] Por eso comprendía tan bien a los tíos que pasaban de comprometerse con nadie. Reconocía estar enganchada al subidón de la novedad, a la explosión de feromonas que cosquilleaban por su cuerpo colmándola de placer. Los amores le duraban un viaje de montaña rusa; cuando la cosa empezaba a decaer, como si de una yonqui se tratara, tenía que buscarse otra droga, porque ya había desarrollado tolerancia […]

 

Sandra Barneda
Reir al Viento