Hubo una vez un indio guerrero que encontró un huevo de águila en la cima de una montaña, y lo puso junto con los huevos que iban a ser empollados por una gallina.

Cuando el momento llegó, los pollitos salieron del cascarón, y la pequeña águila también. Después de un tiempo, aprendió a cacarear como las gallinas, a escarbar la tierra, a buscar lombrices, limitándose a subir a las ramas más bajas de los árboles, exactamente como todas las gallinas. Y su vida transcurría en la convicción de que era una gallina.

Un día, ya vieja, el águila terminó mirando al cielo y tuvo una visión magnífica. Allá, en el azul claro, un pájaro majestuoso volaba en el cielo abierto, como si no necesitase hacer el mínimo esfuerzo. El águila vieja quedó impresionada.

Se volvió hacia la gallina más próxima y le dijo: – ¿Qué pájaro es aquél?. La gallina miró hacia arriba y respondió: – Es el águila dorada, reina de los cielos. Pero no pienses en ella. Tú y yo somos de aquí abajo.

Y el águila no miró nunca más hacia arriba y murió con la convicción de que era una gallina. Como tal, todo el mundo la trataba; de esa manera creció, vivió y murió.

 

Anthony De Mello